martes, 20 de septiembre de 2011

Pequeños desequilibrios

Si alguien me preguntara qué es lo que me gusta de ti, tendría que responder que no lo sé. Eso, que no deja de ser algo inquietante, puede ser el motor de todo esto.

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Te necesito, entre otras cosas, para mantenerme centrado. Cuando no estás, toda mi vida tiende a desmoronarse en un pequeño colapso a cámara lenta. Aparecen más pelusas bajo los muebles, los papeles se amontonan desatendidos en cualquier superficie horizontal. La lavadora parece funcionar peor.
Y todas las canciones suenan en tono menor.


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Pasar la tarde mirando por la ventana, pasar la tarde mirando a través de otras ventanas. Ver las piernas de quién se sienta en el sofá que se ve en la segunda planta del edificio de enfrente, ver que alguien trae una bandeja, probablemente con la cena. Identificar por la música y el ruido la película que ven. Querer poder ver esa misma película mala, con una bandeja de comida precocinada por cena, con unas piernas sentadas junto a las mías.

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Vuelve a crecer el número de divorcios, dicen en el telediario. Y es un dato positivo, dicen. Brotes verdes. Menos miedo a la crisis, a la mala coyuntura económica.
Movimiento, inestabilidad, individualismo.

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Alguien que llega casi por inercia a una profesión, carente de toda vocación, puede, con el tiempo, a medida que va conociendo detalles, comprendiendo e interiorizando algunos mecanismos, obviando determinadas circunstancias y a veces, determinados comportamientos de compañeros; puede, decía, llegar a descubrirse a sí mismo disfrutando en el desarrollo de la misma. Que algunos días, el momento más brillante tenga lugar en el espacio de trabajo, puede ser un placer insospechado.
Algo así como la inesperada fe del converso per rutina.

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