I
Sigo pensando en ti;
a través de las hojas
en los árboles,
acompañando el balanceo
suave y rítmico, viene,
de las ramas,
tu recuerdo.
Sumergido en el torrente
entre las piedras,
granítico como ellas,
hendido, erosionado, como ellas;
simple como un helecho,
frío como el viento en el valle.
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II
Como quien tropieza con una palabra,
y cae de su pensamiento
a un río de sentimientos,
abriendo una brecha de la que manan
las ideas desechadas, las palabras
no dichas y las lágrimas
no vertidas, los silencios.
Como quien tropieza con una melodía,
y olvida la monotonía desacorde
del claxon, de las voces
confundidas; para tan solo
percibir ese ritmo, esa
armonía, separada
de la escena, como una isla
a la deriva.
Como quien se arrastra,
entre sus propias perversiones, sus vergüenzas,
y sus privadas miserias, ahogado
en torrentes de culpabilidades y reproches;
como quien huye de su yo oscuro.
Como quien, penitente, se lacera
la espalda de la conciencia con el látigo;
como quien golpea con el puño la pared,
como quien tropieza
en sus propias trampas,
como quien llora ciego
la impotencia;
sigo encontrándote
en cada árbol,
en cada piedra, en cada sombra.
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III
Siento tu recuerdo,
duro, como la tierra que golpea
mis pies a cada paso; frío,
como el viento que me arrecia
al caer la tarde.
Continuo y arrogante,
como el rumor del agua
que me desvela, de madrugada,
tu recuerdo ocupa ese vacío,
hostil.
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IV
Envidio a los helechos,
que simples ordenados,
son solo agua y luz,
primitivos en sus triángulos
y en su debilidad.
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