-¿Sabes?, me gustas.
Dijo él, sin levantar la vista del cafe.
-¿Perdona?
-Eso. Me gustas. Y no es una tonteria. Me gustas desde el momento en que te vi por primera vez, y además, para ser sincero, tengo que reconcerte que me gusta tanto tu físico como otras muchas cosas más. Tus gestos, tus manías, cómo te enfadas, cómo ponderas la situación y como, por último, contemporizas y actúas; tus piernas y tus ojos. Vaya, que me gustas y te he estado observando todo este tiempo.
Él seguía removiendo el cafe, mientras ella retiraba su atención de la revista que llevaba un rato ojeando en silencio, y al levantar la vista, se encontró con los ojos de él, que le miraban fijamente.
-Ya lo sabía.
(vanidad)
Contestó mientras retiraba la mirada.
-¿el qué? ¿que me gustas o que te observaba?
-Las dos cosas.
Ella sonreía.
-Bueno, pues ya es oficial.
-Vaya. Me halagas. Pero ya sabes lo que te he dicho varias veces en este tiempo.
-No, no, tranquila. No te estoy pidiendo nada. No te confundas. En absoluto. Tan solo quería que quedase claro. Necesitaba decirlo. Y necesitaba que lo escuchases. Pero no es ninguna propuesta, ninguna petición, no te equivoques. Ya sabes que yo tampoco estoy para nada. Además, a veces pienso que es algo que no tiene nada que ver contigo, que es algo que me pasa a mi y punto.
Él bajó la vista, centrándose de nuevo en el café.
-Ah, vaya. Ahora no se que decir.
-No tienes que decir nada.
Ella removió con el tenedor los restos de su macedonia.
-Pero entonces.. tengo que hacerte una pregunta. Si te gusto desde el principio, ¿por qué siempre que hemos estado a solas permanecías callado, casi mudo? ¿por qué apenas me hablabas?
-Por que he aprendido a reconocer el peligro cuando lo tengo tan cerca.
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