martes, 30 de agosto de 2011

Shine on





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I

El diagnostico estaba claro: Trastorno Obsesivo Compulsivo con fijación genital causado por un proceso de desconexión social. Esa era la parte más fácil del caso. Además, tan sólo necesité un primer acercamiento, una primera exploración y entrevista con el paciente para concretarlo. Era de libro. Pero seguía atascado con el caso. Había algo que no acaba de encajar, algo me retenía antes de establecer este diagnóstico como definitivo, retirar las medidas provisionales, y centrarme en la terapia. No entendía como el paciente había llegado al estado en el que se lo encontró.

Un mes atrás, una llamada de un vecino avisaba al teléfono de urgencias de los gritos y golpes en las paredes que provenían de uno de los apartamentos. El mismo vecino se refería al inquilino del piso como un hombre educado, muy tranquilo y amable en los encuentros fortuitos en el pasillo, pero muy reservado. Al parecer nadie sabía a que se dedicaba, nunca le vieron recibir visitas, y a través de las paredes, sólo se escuchaba la radio, a veces la televisión, una guitarra que cada vez tocaba menos, y poco más. No se escuchaban llamadas de teléfono. La cuestión es que al entrar en el piso, tras forzar la cerradura, los trabajadores de urgencias se encontraron a un hombre delgado, semidesnudo, en plena crisis nerviosa, gritando y agitándose en posición fetal sobre la cama. Tenía heridas en la frente (autolesión por contusión, un clásico, golpear la pared de forma repetitiva con la cabeza) y sangre en el cuero cabelludo y la espalda que brotaba de heridas causadas por arañazos, así cómo manchas de sangre en la ropa interior, que era la única que llevaba puesta.

Lo tranquilizan, le inyectan calmantes, intentan hablar con él, pero es incapaz de mantener una conversación, y sin ningún tipo de violencia, lo meten en la ambulancia y lo llevan a urgencias, donde lo estabilizan con más calmantes, le curan las heridas y pasa a estar bajo la tutela de los psicólogos y trabajadores sociales de la compañía de seguros médicos que le cubre, y que la comunidad tiene contratada, entre los que me encontraba. Los de urgencias apenas prestaron atención al piso, miraron por encima, básicamente por si había restos de violencia o droga, pero lo describían como un piso desordenado, con la cocina y el baño sucios, la ropa sin recoger, pero les llamó la atención que tanto los cuadros o láminas como los poco objetos de decoración parecían de buen gusto, de calidad, no las típicas mamarrachadas y posters pornográficos que encuentran en otros sitios.

Y a partir de ahí comienza mi trabajo. Primero, observación directa del paciente, y en segundo plano, colaborar con los trabajadores sociales en una ligera investigación para conocer el entorno social y detectar alguna posible causa de la crisis. Tengo que decir, que el paciente cuenta con un seguro médico de la misma compañía, que le cubre todos los servicios de salud mental que necesite, y que la compañía de seguros que responde de ese contrato necesita un diagnóstico claro, pero sobre todo bien fundamentado, antes de dar por resuelto el caso.
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II

Varón, 36 años, de complexión normal, se nota que pese a no practicar ningún deporte en concreto, se encuentra en un buen estado de forma, metro setenta y siete centímetros, setenta y seis kilos. De aspecto agradable. Pelo negro, pero con numerosas canas que se extienden por la barba, nariz aguileña, pero no desagradable, al revés, con personalidad, labios finos, orejas pequeñas. En las primeras entrevistas, aún en la cama del hospital, se muestra confuso y desorientado, pese a que los calmantes van remitiendo su efecto. Pero sobre todo avergonzado. Acepta hablar de forma serena de las heridas de la frente y de los arañazos, pero en cuanto le menciono las heridas en los genitales se muestra azorado, y los nervios se le disparan. Tres veces hay que recurrir de nuevo a los calmantes. Siempre que le entrevisto se expresa de forma muy correcta, muy clara, con un lenguaje rico y ordenado, un vocabulario extenso. Siempre apoya sus palabras con gestos, pese a que estos gestos sean ligeros (no a la italiana), y busca comprensión con la mirada. Esa mirada es la de alguien mu inteligente, pero que no busca sentirse superior, no es pretencioso, todo lo contrario, es la mirada de alguien que pide comprensión, que apela más a la empatía del interlocutor que a su intelecto. Aún así, cada poco tiempo, tiende a bajar la mirada, a veces en medio de una frase que queda colgada, mantener un cierto silencio, y terminar concentrándose en la ventana de la habitación (que da al parquing del hospital, una vista nada evocadora). Creo que siente pena de sí mismo, que se compadece, pero también vergüenza. Poco a poco vamos avanzando a la hora de reconstruir la crisis, pero siempre con elipsis, con rodeos, evitando algunas referencias directas. Y manejando los estados de nervios durante la propia entrevista.

Reconstruye los hechos intentando darles un cierto aire de normalidad, se dejó ir, se encontraba muy solo, no se cuidaba. Apenas se relacionaba con nadie. Pasaba días enteros sin hablar con nadie, sin escuchar una voz humana. Sin ser escuchado por nadie. Sin ningún tipo de contacto físico. En la alimentación también se dejó ir. ¿Para qué preparar platos complicados si solo los voy a disfrutar yo? de ahí a alimentarse de comida precocinada, bolsas de ensaladas, salchichas y yogures, degradando cada vez más esa dieta, hasta llegar a comer poco más que dos paquetes de salchichas al día. Igual con la higiene. Si nadie me va a ver, si nadie va a apreciar si me he arreglado o no, ¿para qué hacerlo?, para qué afeitarse, para qué lavarse los dientes, para qué ducharse. Para qué fregar los platos, barrer el piso, ordenarlo, para qué poner lavadoras, si con el calor del verano no se necesita más que unos calzoncillos y una camiseta. De ahí a empezar a pasar fases de depresión, horas tumbado en el sofá llorando, pero sin moverse, solo hay un paso. Y de ahí a enfadarse con uno mismo hasta el punto de arañarse la espalda y la cabeza, dar golpes a las paredes, y dejar de llorar para ponerse a emitir gañidos y gritos entre sollozos, sólo otro paso.

Pero sigue sin ser capaz de referirse a las heridas en los genitales. Se cierra en banda, se bloquea, llora, ya no hacen falta los calmantes, pero aún así su estado de nervios se dispara, se tensa, incluso físicamente, los músculos del cuello, las sienes, las piernas. Presenta movimientos nerviosos repetitivos, con los dedos y los pies, a veces le dominan la pierna entera, se acelera la respiración. A veces comienza con pequeños gestos residuales de automutilación, como arañarse la piel de los dedos, junto a las uñas, y morder los trocitos de piel que se levanta. Una vez hasta se hizo algo de sangre.

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III

Tras unos días, en el hospital le dan el alta. Todas las heridas están curadas y cicatrizadas, no hay conmoción cerebral por los golpes, el paciente se encuentra hidratado y nutrido, se le han realizado todas las pruebas y dan resultados positivos. El estado nervioso se encuentra estabilizado y ya no es un riesgo médico. El seguro ya no cubre más hospitalización. Pero el paciente no está en condiciones de volver al piso, a vivir solo.

Me cuesta un pulso laboral con mis supervisores, un pulso económico con la empresa de seguros y una serie de llamadas de compromiso a algunos amigos y colegas, pero acabo consiguiendo una cama en una residencia que tenemos en convenio en las afueras de la ciudad. Pero necesito autorización y firma de algún familiar como resguardo de seguridad. Le pregunto al paciente. Se bloquea y se cierra de nuevo sobre sí mismo. No hay nadie. Al final, tras unos cuantos lances más, esta vez por parte de los trabajadores sociales, conseguimos que lo acojan pese a la falta de firmas, sin necesidad de una declaración de incapacidad que necesitaría la intervención de un juez. Consigo seguir estando yo al frente del tratamiento. Es bueno tener amigos en tu profesión.

Poco después empiezan a llegar los informes de los trabajadores sociales, es lo que tiene dividir la compañía en compartimentos estancos, que una información muy valiosa no llega hasta que se convierte en un informe y te llega por los cauces oficiales.

Licenciado, con un master, no es que sea una eminencia en su campo, tampoco es que sea un "erudito respetado", pero no le ha ido mal. Idiomas, viajes. Aficiones: fotografía (ha publicado) música (toca la guitarra, autodidacta, tiene una decente colección de cedés) escritura (algunos relatos publicados en coleccione de autores amateurs) arte (colecciona recuerdos de viajes, tales como grabados del siglo XIX, azulejos de anticuario, algunos restos arqueológicos, todo pequeño y sin gran valor económico). En lo laboral, tras unos inicios que prometían más y algún tropezón, ha conseguido posicionarse trabajando en su especialidad, en una empresa que le reconocía su valor y, sobre todo, le otorgaba una gran independencia. Ninguna queja hasta los últimos momentos.

Voy a visitarlo diariamente a la residencia. Siempre me entrevisto con los cuidadores, enfermeros y médicos al cargo, y la respuesta es siempre la misma. Es una persona encantadora, se lleva especialmente bien con el personal femenino, pero sin ningún tipo de contenido erótico ni ningún tipo de problema de ese tipo (era un riesgo evidente), si no que apela a su comprensión más intuitiva. Está, en general, tranquilo durante el día, aunque parece que esa capa de tranquilidad es superficial y mu fina. A veces pide quedarse solo. Muestra especial inquietud cuando se le asea, especialmente cuando es un cuidador masculino el que se encarga, prefiere siempre el trato femenino. Al principio, esto causa un cierto reparo, dados los componentes sexuales de su crisis, pero aceptando el riesgo, una de las cuidadoras aceptó asearlo ella, siempre bajo supervisión, y no ha aparecido ninguna connotación sexual agresiva relevante. Todo lo contrario, el paciente muestra una cierta dependencia emocional hacia la cuidadora. Hay que tener en cuenta que las heridas en los genitales tardan más en cicatrizar y son más delicadas, requiriendo una mayor atención en su cuidado.

Después, me entrevisto con él sin tener en cuenta el tiempo. Intento que se conviertan en charlas entre personas afines, con intereses y formación similar. Evito que sean meras entrevistas médico-profesionales. Él parece darse cuenta de esto, pero acepta el juego y se muestra más cercano. Hablamos de música y se muestra como un aficionado de amplio espectro, que aprecia el pop y el rock desde la actualidad hasta el más clásico (ferviente admirador de Pink Floyd, gusto que compartimos), el jazz, hacia el que muestra la actitud de un recién llegado ("admiro las variaciones que llevan a cabo improvisando sobre estructuras de acordes complejas, pero soy incapaz de comprenderlas musicalmente, me gusta el sonido, pero desconozco el lenguaje" dice al respecto) las nuevas músicas (adora el minimalismo y el post-estructuralismo) y se queja de no tener una buena base de música clásica (aún así, las sonatas para cello de Bach le conmueven hasta el punto de tener una pequeña colección de cedés con diferentes versiones). Hablamos de literatura, y de cómo, cuando descubrió que en los libros iba a encontrar una de las mayores fuentes de placer y realización de su vida, con dieciocho años, decidió dedicar más de un año a leer únicamente a los clásicos, de Homero en adelante, para poder disfrutar con un cierto conocimiento de causa, del resto de la literatura. Defiende que en la Metamorfosis de Ovidio se encuentran todas las motivaciones que puedas buscar en el resto de la literatura posterior, y, bromea, si se añade a Shakespeare, a Cervantes, a Rabelais y a Quevedo, a partir de ahí todo es plagio. Hablamos de arte, y muestra un conocimiento avanzado, todo el mundo adora al Bosco, pero Brueghel, el viejo, claro, aporta una visión un poco más profunda del alma humana, Picasso y Cezanne, el arte paleolítico, la pureza del románico más primitivo. Me explica una teoría enunciada en el siglo XIX que establece las diferencias entre periodos de la historia en los cuales los estilos artísticos viran hacia una concepción "orgánica" y otros en los que lo hace hacía lo "inorgánico".

Intento hablar de mujeres, de relaciones, y me sigo encontrando con el mismo bloqueo, con las mismas miradas perdidas, con los mismos gestos nerviosos. Por ahora evito las referencias a las heridas en los genitales.

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IV

Me llaman a primera hora desde la residencia. Ha sufrido una crisis esta noche. Escucharon gritos a partir de las cinco de la madrugada. Gritos y golpes. Al entrar en la habitación, lo encontraron de nuevo en posición semifetal, golpeándose la cabeza con la pared y el cabecero de la cama, con las manos y los genitales ensangrentados.

Ha pasado una semana entera bajo vigilancia especial. Duerme sedado, y con un celador en la habitación. Las visitas continúan, las entrevistas con los médicos y cuidadores son exhaustivas. Al cabo de una semana el paciente parece recuperar la calma, vuelve a dormir noches enteras sin necesidad de medicación y sin mayores altercados. La compañía de seguros comienza a presionarme. O se acaba pronto este caso, ya sea con un diagnóstico oficilializable, o me acabo yo en la compañía. No se pueden permitir, no me permiten más gastos con un caso sin dilucidar si podrán revertirlo a sus seguros. Les pido dos semanas. Me dan una.

Decido intervenir de forma más directa. Las entrevistas serán intensivas, con los celadores preparados para intervenir con dosis ligeras de calmantes. Nada de rodeos.

Ha sido una de las peores experiencias de mi vida, no solo a nivel profesional. Me he presentado, me ha recibido como siempre, educado y cordial. Le he planteado la necesidad de abordar de una vez por todas el centro del problema. Han comenzado los nervios. Y a partir de ahí ha sido una lucha constante entre la locura, los calmantes, preguntas y algunas respuestas. Se avergüenza de su manía masturbatoria. No sabe cuándo ni cómo empezó, mucho menos por qué. Pero era consciente de que se le estaba llevando la vida por delante. Estoy solo, tan solo, no hay nadie, solo hay caras, y no hay nadie detrás. Por más que hable, que grite, que luche, nadie escucha, nadie responde. Todo son ladrillos, piedras. No quieren oir lo que les cuento. Nadie se acerca. Me duele cuando me tocan. Ellas, cuando me tocan ellas me duele la espina, la columna. Sé que no es normal. Se que me estoy perdiendo. No puedo más, por favor, deja que me rompa la cabeza y salga de ella. Deja que me arranque el pene. Ahí está todo, ahí está todo. Pero deja que me toque antes. No, no, joder, no. Ahí está todo. Que se queden con todo, que lo embarguen, da igual. Nada sirve. Nada dura. La gente no quiere pensar. La gente es imbécil. Son todos gilipollas. Tartamudos mentales. Deja que me abra la cabeza, por favor, que deje de sufrir, que me salga de ella. Por favor. No me sedéis más. ¿Qué por qué estoy así? yo qué se, tu lo sabes, seguro. Tu lo sabes, tienes que saberlo, pero no me hagas contarlo. Por favor. Deja que me lo arranque, ahí está todo.

Lo he dejado completamente sedado. He llamado a la compañía y he confirmado el diagnóstico. Que actúen ellos. Les he pedido que el seguimiento del caso se lo asignen a otra persona, que yo no entiendo nada. Cuando he entrado en casa me ha saludado mi mujer, la he besado. He abierto la puerta del baño y he visto un espejo.
Un espejo. Me he visto en él.
Y he roto a llorar.

3 comentarios:

  1. Enric, sinceramente, yo no sé a qué carajo esperas para publicar. No te quedes parado, muévete y publica tío.

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  2. Yo ya se lo he dicho mil veces!! incluso esta mañana me he ofrecido a financiarlo y todo! je!
    En fin, yo con que lo compartas con nosotros tengo suficiente, pero bueno, no dejaré de animarte :-)
    Muuuah gordo!!

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  3. Duncan...yo ya se lo he dicho cienes y cienes de veces!!
    Por otro lado...GENIAL relato.

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