lunes, 9 de enero de 2012

Reencuentro, veinte años después.


En realidad, no sé si quiero verte. Bueno, siendo sincero, me encantaría poder volver a verte, de una manera u otra, pero la cuestión es que no estoy del todo seguro de querer que me veas. Ha pasado mucho tiempo y tengo  la sensación de haber envejecido demasiado. Es evidente, el mismo tiempo que ha pasado por mí tiene que haber ido dejando sus huellas también en ti, pero cuando me he parado a pensar en lo que hemos hablado hoy, barajando fechas y lugares para volver a encontrarnos, intentaba imaginarte, y siempre terminaba apareciendo ante mi una versión adulta, mejorada, de la niña que conocí; en cambio, al mirarme al espejo no he encontrado ningún rastro de aquel tipo delgado, con pelo largo, apenas sin barba, que aparece en las fotografías que guardo de aquella época. Ya sé que esto es ridículo, casi infantil, pero que le vamos a hacer, con los años me viene la vanidad. Si, también esto es mentira, siempre he sido un vanidoso. Pero espero que me comprendas.




Pienso en ti, ahora que hemos hablado, e intento recrear una imagen de la mujer que puedo encontrarme, y te veo conservando ese brillito en los ojos, esa sonrisa medio ingenua medio picarona, ese cuerpo tenso, de bailarina, ese andar de puntillas, como dando saltos. Veo eso, pero lo veo mezclado con un cierto poso de madurez, los años, ya sabes. Soy capaz de verte incluso con ropa elegante, pensando dos veces cada frase, te veo manejando tiempos y miradas, tonos y espacios mejor que antes. Puedo incluso imaginarte con algunas arrugas, con algunos de los desperfectos que el tiempo va dejando, pero que quieres que te diga, las arrugas que me imagino acaban por sentarte siempre bien. Incluso la barriguita.

En cambio, como te decía antes, cuando me miro al espejo, no veo nada que recuerde al tipo que aparece en esas fotos.

He envejecido. Estoy fofo. Tengo barriga, yo, que era un tirillas. Incluso tengo papada. Tengo entradas en el pelo, y tu dirás, ya las tenías antes, y yo te contestaré, no, eso no era nada comparado con lo de ahora. Tengo canas, y repetirás, deja de decir tonterías, que canas ya las tenías antes. No, antes tenía algunas canas, que eran graciosas, por que se destacaban. Digamos que ya no destacan, que ya son norma. Y en la barba ni te cuento, mi mote entre los alumnos es siempre Papá Pitufo o Papá Noel, y ni soy azul ni voy de rojo. Tengo mucho más pelo por todo el cuerpo, comparado con aquella pelusilla que crecía en el pecho, y además, muy mal repartido, lo de la espalda no tiene nombre, me resulta enormemente desagradable. 

Ya no aguanto nada, ¿recuerdas cuando nos íbamos a andar rodeando el pantano? ¿o cuando nos pasábamos la tarde por el casco viejo, andando y andando? ahora me canso con un sencillo paseo por el paseo marítimo. Y ya no juego al ajedrez, ni devoro los libros hasta las tantas de la mañana, no puedo, duermo fatal, y si encima de dormir poco y mal, me pierdo leyendo, al día siguiente, que digo, los dos o tres días siguientes, soy medio hombre.

Eso sí, ya no fumo. Pero no me des la enhorabuena ni me alabes el mérito. Es cosa de los médicos y de mis malditos pulmones, que dijeron basta. ¿Te lo puedes creer? nada de tabaco de pipa, ni de tabaco de liar de importación, ni nada de aquellos puritos aromáticos. No me fumo un porro desde la Edad de Hierro, por lo menos.

Y sí, tengo achaques de plena crisis de la mediana edad. Todos los veranos me planteo alguna actividad en plan recuperar la juventud perdida. Y me compro ropa de joven, de vez en cuando, como para justificarme. Pero en realidad, lo que me gustan son mis americanas. ¿Recuerdas la camiseta de los Sex Pistols que no me quitaba en días? ¿y aquella desteñida que era un montaje con portadas de discos de U2? las botas Martins, los vaqueros rotos, las camisetas por fuera del jersey... He cambiado el flequillo brit-pop a lo bajista de Blur por una respetable barba canosa. Y cada cierto tiempo, tengo que reconocerlo, el instinto y el miedo me llevan a intentar arrimarme a mujeres más jóvenes, que le vamos a hacer, con variopintos resultados.

Para más inri, de lo poco bueno que puede dar la edad y la madurez, es decir, el convertirse en una persona estable, con ahorros, con una vida emocional encarrilada, nada de nada. Cuentas en rojo, pisos de alquiler que van cambiando cada ciertos meses, y lo emocional, hecho un desastre. No, si al final ibais a tener vosotros razón cuando me decíais que terminaría siendo un viejo gruñón y cascarrabias. Añade "verde" a eso.

Así que, como comprenderás, me da una vergüenza extrema ponerme delante de ti, con estas pintas. Delante de quien fue la primera persona que miró este cuerpo con esos "otros ojos" con los que se miran por primera vez un cuerpo ajeno; delante de quien me escuchaba cuando le contaba que lo que yo quería realmente hacer era escribir y leer y leer y escribir. Delante de la primera persona a la que le pude contar todos mis miedos, que entonces eran nuevos, y que siguen siendo los mismos, pero que no por viejos dejan de aterrorizarme casi cada noche.

¿Y ahora, que pasa? (no te acordarás, pero así empezaban todos los párrafos del primer relatillo que te leí)

Ahora que nos hemos reencontrado, después de tanto y tanto tiempo, gracias a las dichosas redes sociales, ahora, ¿qué hacemos? Pues tendremos que vernos, que remedio. Claro que sí, supongo que te harás cargo de las ganas que tengo de verte.

Pero por favor, dame un par de semanas, que me vaya haciendo a la idea, que intente arreglar lo que se pueda arreglar en quince días, o que al menos me mentalice, e intente no pensar que estas mismas preocupaciones que tengo yo, las puedes tener tu también. 

Eso sí, cuando me veas, por favor, no menciones la barriga, ¿eh?

1 comentario:

  1. Este relato me recuerda a la letra de una canción que decía:

    "...y el tiempo pasa

    nos vamos poniendo viejos,

    y el amor no lo reflejo como ayer..."

    Un abrazo, viejo amigo!

    ResponderEliminar