lunes, 4 de junio de 2012

Dormías recostada...

(publicado originalmente en Call me Enric en octubre de 2008, escrito en algún momento entre 2003 y 2004)






I


DORMIAS RECOSTADA DE LADO, con tu espalda hacia mí, y de cara a la ventana. Recuerdo que la persiana no estaba completamente cerrada, y recuerdo la calidad casi lunar de la luz que entraba por la ventana, que se reflejaba sobre tu piel, y que coloreaba la escena con una gama de grises apagados. Recuerdo que acabábamos de hacer el amor, y que la cama estaba revuelta, tú abrazabas el edredón nórdico e intentabas encontrar a tientas la almohada. También recuerdo la escena con calidez, pese a que ya estaba entrado enero y fuera hacía frío; de hecho, recuerdo estar desnudo, destapado mientras fumaba.

Me gustaría saber si tú recuerdas esta escena, o alguna similar, me gustaría saber si guardas registros de algún momento como este, y si lo haces, me gustaría saber la forma que le das a estas visiones. Yo las guardo de forma cinematográfica, muchas veces se me presentan secuencias que veo desde fuera, en planos abiertos, situándome dentro de la acción, desde un punto de vista ligeramente alejado y elevado, cambiando la perspectiva. Supongo que esto será un reflejo mas de la actitud de observador que muchas veces adopto frente a la vida, frente a lo que me rodea; supongo que un terapeuta podría deducir algo interesante sobre ello. En estos planos de recuerdos, la acción siempre transcurre a cámara ligeramente más lenta que el original, los movimientos son más suaves, más redondos, y siempre se intercalan primeros planos subjetivos de las caras, de nuestras caras, principalmente la tuya, recogiendo las inflexiones expresivas que surgen como reacción a mis movimientos o a mis palabras. Es curioso, en estos recuerdos las palabras no se verbalizan, no suenan, apenas movemos los labios, pero de alguna forma están allí y siguen el curso lento de la acción. Tan solo aquellas frases más relevantes, más sonoras, o aquellas que adquieren un significado especial al acompañar un movimiento o un al establecer un punto de inflexión en el discurso, aparecen reflejadas en tus labios, nunca en los míos.

Así, en mi recuerdo, mientras hacíamos el amor, la acción transcurre desde algún punto cercano a la lámpara, sobre la cama; por encima de mi hombro veo tu cara, y aunque sé que hablé, mis palabras no se escuchan; y aunque tu también hablaste, solo determinadas palabras se reflejan en tu cara, solo algunos de los gemidos aparecen; todo lo demás queda suspendido como una música de fondo, un acompañamiento orquestal difuso. Ahora te veo arqueando la espalda, abrazándome con tus piernas, cerrando los ojos, mientras mi cara sigue oculta entre las sabanas y tu pelo.


Fundido en gris, y otra vez la escena anterior, duermes, yo fumo, la luz de la luna entra por la ventana, abrazas el edredón y te enroscas de lado buscando la almohada. Aparecen más detalles, gotas de sudor perlado en tu hombro y en la espalda, que queda al aire hacia mí, pero tu respiración es tranquila y profunda. Mi figura aparece algo desenfocada, mas cerca del primer plano, el edredón solo me tapa las piernas, sacudo la ceniza del cigarro en el cenicero de la mesilla, y vuelvo a mirarte. No podía dormir y al rato me levanté a por un libro de la estantería del salón; dejé la puerta abierta, me senté en la alfombra, cerca de la ventana, desde un punto donde podía verte, y empecé a leer. Recuerdo que en las horas que duró mi desvelo, no te giraste ni una sola vez hacía mi lado de la cama, no me buscaste en ningún momento. Cuando volví, tuve que pedirte que me hicieras sitio, no te despertaste, tan solo emitiste un sonido inarticulado, una breve queja. Recuerdo que tampoco pude conciliar el sueño esta vez, y que fumé toda la noche mientras te veía dormir.




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II

Ahora la imagen se transforma en el interior de un pub, con un tono general azulado y con virutas de humo subiendo hacia el techo. Otra vez la perspectiva es alta, casi un picado, y se deforman las proporciones. Yo aparezco achaparrado, sentado en un taburete, bebiendo y fumando, acompañado sin hablar de algún amigo, pero su cara no aparece clara; él se va, y me quedo solo mirando el suelo. Tu entras en escena desde la izquierda, probablemente acabas de entrar en el bar, acompañada de varias amigas, también de cara no identificable, hablando distraídamente con ellas mientras os acercáis a la barra. En algún momento sé que cruzamos las miradas, y, ahora a cámara lenta, a través de la expresión de tu cara, parece que me reconoces. Es posible que ya te hayas dado cuenta que estoy recordando el momento en el que nos conocimos, pero en mi recuerdo, en el filme de mi memoria, parecemos conocernos hace tiempo. Por otro lado, te recuerdo, también en la escena anterior, con el último corte de pelo con el que te vi, y llevas ropa que compramos juntos, también yo enciendo el cigarro con el mechero que me regalaste, si te acuerdas de él.


Tras otro fundido difuso, aparecemos ahora juntos y solos, se ha formado un claro en la multitud que llena el bar en torno a nosotros, ahora eres tú la que esta sentada en el taburete y yo, de pie, me muevo en torno a ti, en órbitas desordenadas, gesticulando mientras te hablo, subo y bajo las manos alternativamente, de vez en cuando miro al techo como intentando recordar, busco en tus ojos señales de comprensión, y busco los momentos oportunos para dejar caer mi mano en tu cintura como por accidente, ahora mientras reímos por cualquier banalidad, te paso la mano por el antebrazo, me separo, parece que busco a alguien entre la gente durante un momento y vuelvo a seguir contándote algo que apenas si suena como un rumor reconocible entre el tumulto de la gente y de la música del bar; tú solo me miras, asientes, y de vez en cuando bajas la mirada hacia algún punto entre tu copa, mis zapatos y el suelo. Poco después salimos del bar cogidos por la cintura riéndonos de quién sabe qué.




Recuerdo también ahora una escena en la que estamos sentados en torno a dos cafés, otra vez charlando, y otra vez te busco escondido en el azar de la conversación, pero a diferencia de antes, tu rompes ese azar cogiéndome de vez en cuando la mano, tu movimiento es más firme que mis idas y venidas, más directo pero igualmente breve. Ahora en otra escena aparecemos en un parque, yo llevo mi abrigo largo negro, y tú pareces tener frío con tu cazadora, hablamos mientras andamos, y mientras andamos nos acercamos y separamos regularmente. Alguien hace una broma, los dos nos reímos y tu me das una palmada en la espalda, que yo aprovecho para cogerte por la cintura, pero esta vez retengo el gesto unos segundos más, tú, aun con la sonrisa en la cara, fijas tu mirada en mis ojos, que no aparecen en la escena, estoy de espaldas, y sostenemos la mirada, hasta que te separas y te suelto, o te suelto y te separas, y seguimos caminando. Ahora cenamos en un restaurante, y brindamos con vino rosado. Ahora vemos alguna película en el cine, con las manos cogidas y tu cabeza en mi hombro, debajo de tus gafas, en un primer plano excesivo, lloras.

Entramos en lo que debería ser tu piso, aunque parece cambiado, tal vez más pequeño, o tal vez sea una impresión creada por el cambio de perspectiva. Cierras la puerta y yo cuelgo el abrigo. Entras en el servicio y yo pongo música en el salón. Abres la puerta del dormitorio y te quedas apoyada en el quicio y me sonríes. Me acerco y me coges del cuello de la camisa y me arrastras dentro. Nos abrazamos y besamos, y ahora la acción parece acelerada, o tal vez fuese la torpeza y la prisa, no lo recuerdo bien. Nos quitamos la ropa entre risas y bromas y besos y abrazos. Recuerdo sobre todo lo mucho que te reías. Enciendes la lámpara de la mesilla de noche y te veo semidesnuda. Yo también lo estoy. Ahora la cámara se acerca a mi cabeza desde atrás, tu mano pasa por mi nuca y al retirarse tu cara esta sonrosada y gimes; mi cuerpo se mueve y de vez en cuando es mi hombro el que te tapa. La acción se acelera mientras hacemos el amor, el plano se abre y se ve como el edredón cae a los pies de la cama. Ahora tú te agitas sentada encima de mí, mi cara aparece desenfocada, como siempre, mientras te agarro por la cintura. Gimes, gritas, ahora lo hago yo. Y todo se congela mientras los dos nos derrumbamos el uno junto al otro, con los ojos cerrados, aún buscándonos torpemente con las manos.

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