sábado, 2 de junio de 2012

Música Argelina en la Galeria

(publicado originalmente en Call me Enric el día 2 de Junio de 2009)
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En realidad, ya no voy mucho a la Galería.

Antes iba asiduamente, pero ahora apenas voy cada vez que visito la ciudad. Aún así, aún identifico caras, nombres, incluso profesiones; no tan a menudo a sus parejas. Muchos de ellos me conocen, es decir, saben quién soy, a quién corresponde esta cara; algunos recuerdan a qué me dedicaba, pocos saben a qué me dedico ahora, casi ninguno sabe algo de mis cosas privadas.

El ambiente de la Galería apenas ha cambiado en los últimos años. Antes, podía recordar las últimas exposiciones, recodar incluso las fotografías o cuadros que me gustaron, o aquellos que hubiese sido mejor no colgar. Conocía a los camareros y sus turnos. Participaba en los torneos de mus.



Cambiar, mudarse y comenzar en otra parte, dejando testigos y recuerdos en las ciudades abandonadas es algo que probablemente nos haya pasado a todos, y por lo tanto no deja de ser un tópico. A muchos de los que nos hemos reunido en la Galería nos ha ocurrido a lo largo de estos años.

Y a ella también le pasó. Ella comenzó como una nueva cara dentro de la comunidad que nos encontrábamos en la Galería. Al principio hablaba poco, solo con unos cuantos de sus conocidos. Poco a poco, se fue abriendo, ampliando en pequeños círculos concéntricos ese grupo de interlocutores. Aún así, de vez en cuando cualquier podía observar como algunos días se cerraba, y permanecía más ausente, más alejada.

Y es que la Galería es un buen bar tanto para los que quieren relacionarse y hablar, como para aquellos que, de vez en cuando, necesitamos un pedacito de barra de nuestra propiedad, donde buscar, en silencio, algo perdido en el fondo de nuestros tubos o jarras o botellines de cerveza. También fue siempre un buen bar para escuchar la mejor música.

En aquella época, yo tenía ya mi grupo de conocidos, aparte de mis amigos personales, que también eran y son asiduos de la Galería. Con algunos me unía la afición por el ajedrez, y aunque parezca difícil de explicar, eran amigos heredados de mi padre, y en ellos guardo parte de sus mejores recuerdos, pues en ellos le reconozco. Otros eran conocidos por el mero hecho de pertenecer a la misma generación. También, los jugadores de mus. Y otros, los conocidos por pura cercanía, gente de muy diferentes edades, orígenes, con los que una noche, te ves hablando para descubrir que también aprecian a Coltrane o a Hopper. Siempre hay un grupo de ellas, a las que uno recuerda por diferentes motivos, que no hace falta detallar.

Aquello fue hace años y durante el fin del invierno y la corta primavera, observé como ella desarrolló ese grupo de amistades y personas cercanas. No iba a diario, yo si, ella alternaba días más centrada en su círculo, con otros en los que se dejaba llevar por el ambiente festivo de las últimas horas de la noche.

Creo que fue en esa época cuando hablamos por primera vez, alguien nos presentó, y probablemente coincidimos en los mismos grupos algunas tardes y noches, nunca fuera de la Galería.

Llegó el verano, y me llamaron para un trabajo que me alejó de la ciudad durante unos meses, no muchos, creo recordar que me dijeron de Julio a Septiembre, Septiembre que se terminó convirtiendo en finales de Octubre. Creo recordar que lo comenté en la Galería, seguro que a Alberto, dueño y principal camarero, a Guti, su hermano, y algunos más, aunque no muchos. En aquella época era habitual que el trabajo me implicase temporadas fuera de casa. Por eso no lo comentaba a mucha gente, ya estaban acostumbrados. Se que a ella no se lo dije, me acordaría. Tampoco a sus amigas.

El verano se hizo largo, el trabajo fue duro en lo físico, y complejo en lo intelectual, y llevó bastante tiempo encauzarlo y resolver los problemas que iban surgiendo. Pero me acercó a la costa, a nuevos ambientes y a personas a las que aún recuerdo. Cuando terminó, pasé un tiempo descansando, un poco apartado del resto del mundo.

Poco a poco volví a las viejas rutinas, reencontrándome con las mismas caras y las mismas inercias, pero, como siempre y esto es otro tópico más, hay cambios, pequeños, que solo se observan si son vistos desde fuera.

La Galería tenía un grupo de camareros más o menos estable, que aún conserva, pero siempre hay alguna incorporación temporal, alguien sustituye a alguien que este curso fue a trabajar o a estudiar.

En este caso, el cambio fue que ella había tomado el turno de una de las camareras más jóvenes, que efectivamente, se había desplazado a otra ciudad.



A mi siempre me han gustado especialmente las tardes del otoño tardío, cuando aún no refresca, pero el sol se va escondiendo cada día un poco antes, y esas tardes siempre me ha gustado pasarlas en la Galería, a primera hora, cuando hay poca gente, y Alberto suele poner jazz instrumental, o música suave. Siempre alguien juega al ajedrez, siempre hay alguna tertulia distendida, pero también siempre se respeta el silencio de quien lo busca, primero en un café, luego en un pacharán, y después en varias cervezas.

La primera de esas tardes de otoño, en la que volví a la Galería, lo primero que me llamó la atención fue la nueva exposición. Era una serie de fotografías de motivos naturales tomados en los alrededores de Mérida, que intentaban jugar con los contraluces de contrastes duros de las tardes de verano (probablemente de aquel mismo verano), y con colores brillantes de las hojas que recibían esos duros últimos rayos de sol. El intento no aportaba nada nuevo, y tampoco conseguía nada digno de reseñar. Pero pasado el momento en el que uno aún tiene el eco de voces y coches en el oído, y ya aclimatado al ambiente del bar, algo me llamó la atención. La música tenía una sonoridad mediterránea, africana. Era tranquila, con ritmos suaves pero repetitivos, y la sonoridad de los instrumentos y la voz, que en principio parecían tener un cierto timbre áspero, pronto se convertían en sonidos mucho más envolventes que discordantes.

No era una música habitual de la Galería, aunque para nada resultaba extraña. Me senté en un taburete, cerca de la puerta, y saludé a dos jugadores de ajedrez, que me preguntaron por el trabajo, contesté brevemente, y esperé a que el camarero (yo esperaba a Alberto) apareciese. Y al poco rato me sorprendí saludándola, y ella me sorprendió recibiéndome con dos besos, pero sobre todo preguntándome por el trabajo. Sabía donde había estado, resultó conocer la zona, y repasamos brevemente los pueblos y lugares que más me habían gustado. Coincidimos en algunos, en otros no. Coincidimos algunas percepciones sobre la gente de allí, pero no en todas.



Hablamos de la música, era argelina, de alguna etnia de la que no recuerdo el nombre. Pero enseguida comenzó a llegar más gente, y hubo que atenderla, y yo decidí volver a centrarme en buscar algo en mi cerveza.

Para cuando terminó su turno, yo había accedido a jugar una partida de mus, dejando el taburete y la barra, y recuerdo que se despidió con un gesto con la mano, que yo preferí entender como dirigido a toda la mesa.

Así, en este tono, fue pasando el otoño, que siguiendo con los tópicos, dio paso al invierno.

Un día decidí dar un paso, y le dije que me gustaría tener algo de esa música argelina. Un par de días después, al terminar su turno, antes de irse se acercó y me dejó un CD.

-"Grábame algo, si te apetece, aunque no se qué música escuchas tu".
-"Bueno, a ver si acierto con algo, pero no creo que se parezca a esto".
-"No te preocupes. Hasta mañana".

Esa noche estuve escuchando la música y era buena. La mañana siguiente la pasé decidiendo que podía grabarle. Decidí cambiar el estilo completamente, y si la primera idea se centraba en música portuguesa, al final grabé un disco de música orquestal contemporánea, minimalismo suave y eso. También decidí no llevárselo inmediatamente, sino esperar unos días.

Pasó más o menos una semana, ella no preguntó por la música, charlamos un par de tardes. Para cuando llegó el día que decidí llevarle el cd, me sorprendió encontrar a Manolo detrás de la barra. Así que guardé el cd en el bolsillo de la chaqueta y decidí no preguntar. Pasaron unos días y no la vi. Yo llevaba el cd en el bolsillo cada día, y cada día pensaba en si la música sería la más apropiada.

Llegó el fin de semana, y a la media noche llegó ella. Había cambiado el turno y le tocaba cerrar. Había mucha gente, mucho trabajo y también mucho ruido. Intenté darle el cd, pero no fue posible. Al final me fui unas horas antes del cierre, y solo la pude saludar otra vez con un gesto desde la puerta. Así pasó otra semana.

El siguiente sábado decidí quedarme hasta el cierre (no sería la primera vez) e intentar charlar con ella en ese rato tranquilo que queda mientras se limpia, después de que todo el mundo se hubiese ido. Así ocurrió, y al final estuvimos charlando un rato, Alberto y Guti se fueron y le dejaron la llave para cerrar. Nos pusimos unas cervezas, escuchamos su música. Nos tomamos una copa. Ella se metió algo más. Yo solo fumé (en aquella época aún fumaba). Pusimos su música, luego pusimos mi cd, y ciertamente, mi elección resulto equivocada. Escogimos algunos discos de Alberto, y estuvimos escuchándolos mientras nos dábamos cuenta de que había apenas coincidíamos en nuestros puntos de vista. Sólo leía latinoamericanos, no le gustaban los clásicos, y opinaba que el tipo de música que yo le había grabado era `snob´ y `artificial´. Y yo no compartía su punto de vista respecto al uso de drogas, tampoco encontraba natural su idea de ser nómada (aunque de facto ella era más sedentaria que yo). No le gustaban mis camisas.



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Cuando nos despertamos, hice un café, rescaté las prendas que me había robado su perro y me acerqué a la pila de libros que ocupaba el sitio supuestamente destinado para una televisión. Pero (y es el momento de añadir otro tópico más) apenas podía apartar los ojos de su cuerpo. Bebí el café. Me vestí. Me despedí con un beso y una frase que no recuerdo y salí del piso. Tardé media hora en llegar a mi casa, y no fui capaz de tener dos ideas ordenadas en todo el trayecto.

Al día siguiente no fui a la Galería. Durante la semana sí, pero no la vi. Recuerdo como siempre me quedaba hasta el cambio de turno (a las diez los días de diario) para ver si llegaba ella. No tenía su teléfono. Sabía donde vivía, pero no creí conveniente presentarme en su piso sin avisar. Al final, no la volví a ver hasta el fin de semana siguiente, en su turno de trabajo. Me saludó con un pellizco en el brazo y entró en la barra. Como siempre a esa hora, había mucha gente. Dudé entre quedarme en la barra, buscando hablar con ella en los pocos ratos libres que iba a tener, o en hacer ver que no estaba tan inquieto y jugar alguna partida de ajedrez o de mus en las mesas. Al final opté por mentirme y sentarme en las mesas. Jugué al mus, siempre con un ojo en la barra, y probablemente ese déficit de atención, fue el que me hizo ganar como nunca.

Terminó la noche, y esperé a que saliese la mayor parte de la gente. Cuando terminó de recoger, le pidió a Alberto que cerrase él y le dio la llave. Yo solo miraba y terminaba la cerveza. Cuando salía, me hizo un gesto con la cabeza.

-"Ven".

La acompañé. Anduvimos unas manzanas sin hablar.

-"He quedado con unos amigos en el XXX. Si quieres venir".
-"No quiero molestar".
-"Tranquilo, vente".



Estuvimos en el XXX un buen rato, tomando copas mientras ella y sus amigos hacían excursiones al baño. Yo no fumé. Tampoco encajé con el grupo, aunque no hice grandes esfuerzos. Durante este rato apenas hablamos más allá de preguntarnos si nos apetecían más copas. Entre sus amigos, surgió la idea de continuar la fiesta en una casa de campo de alguno de ellos. Ella parecía animada con la idea, pero cuando se disponían a seguir, me miró, no me preguntó, y terminó diciéndoles a sus amigos que hoy mejor no, que ya hablarían el día siguiente. Yo solté la copa, recogí los abrigos y cuando volví, ella me cogió del brazo y me llevo así hasta su piso. Apenas hablamos. La mañana fue igual. Otra vez otro café mirándola mientras dormía, y luego otro paseo sin ser capaz de unir dos ideas seguidas.

Así, de semana en semana, terminé tomando tres o cuatro cafés mientras la miraba.

Al tiempo, tuve que salir de la ciudad un mes por trabajo, esta vez a ningún sitio interesante, y, ahora si, nos dimos los teléfonos. Aún así, apenas hablamos tres o cuatro veces. Cuando volví se repitió el mismo esquema. Al tercer fin de semana, decidió ir con sus amigos al plan que le ofrecieron, y yo volví solo a casa.

De esta forma acabó el invierno y la primavera pasó rápido, y pronto tuve que salir, un par de meses esta vez. Los últimos fines de semana predominaron los planes after hours sobre los cafés. Y el día antes de marcharme, reuní cierto valor y me presenté en el piso.

-"Oye, no quiero ser pesado, sé que no tenemos ninguna responsabilidad el uno con el otro. Pero quiero decirte algo. Yo no sé guardar las distancias ni las ausencias. Nunca me ha gustado tener a alguien que me espere. Ya sabes, en el fondo, nunca sé cuando voy a volver".
-"Me parece bien, en realidad, yo pienso igual. De todas formas, llámame".
-"Lo haré".

A partir de ahí, solo escuchamos música. Por la mañana salí de allí apenas amaneció y comencé el viaje hacía mi destino de trabajo, y durante todo el camino estuve buscando dentro de mí un sentimiento de pérdida que no encontré.

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El trabajo se alargó por más de tres meses, tiempo en el que no pasé por Mérida. Evidentemente la llamé, y también ella a mi. Yo le contaba el día a día, no del trabajo, si no de la zona, de los paisajes, de los sitios que conocía fuera del trabajo. Ella me contaba cosas de la Galería, de la nueva exposición (otra vez fotografía, esta vez realizadas por un grupo de amigos que habían viajado juntos a un festival de rock, cada uno con su cámara, los conocíamos a todos) y de las fiestas con sus amigos. Poco a poco las llamadas se espaciaron en el tiempo. Al final, me dijo que iba a dejar la Galería, que estaba cansada de trabajar siempre por las noches, y cuando le pregunté por los planes que tenía, me dijo que no tenía ninguno, que ya improvisaría. Hablamos una semana antes de mi vuelta a Mérida. Me recordó mis palabras, y aquello que yo dije de no esperarnos y mencionó algún nombre.

-"No te preocupes. Ya hablamos en Mérida"- le dije.

Ella me contestó que prefería no hablar, que mejor dejar pasar un tiempo.

Cuando la vi en la Galería, lo único que me dijo es que se marchaba al sur, a buscar trabajo allí, iba con aquel amigo, que tenía posibilidad de alojamiento. Yo sonreí, ella me besó en la mejilla y salió del bar. Él estaba esperándola.

Pasó el tiempo, poco a poco, el otoño terminó, con sus tardes acogedoras, en las que el sol va perdiendo espacio y tiempo cada día. Escuchábamos jazz con Alberto, jugábamos al ajedrez, al mus (llegué a ganar un torneo, pero nunca jugué como aquella otra noche). Tomé otros cafés mirando a otros cuerpos. Y cuando pasó el invierno me dí cuenta de ahí estaba, en el fondo de una cerveza, de esas en las que centras la mirada cuando no te apetece hablar con nadie. Allí estaba ese sentimiento de pérdida, junto a cierta resignación. En el fondo, ella se fue con otro, en el fondo, a ella no le gustaban mis camisas.

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Varios veranos después, festival de Teatro Clásico, en el escenario de la Alcazaba. La noche pese a ser calurosa, es agradable, pues al estar cerca del río la brisa refresca. Una compañía joven de baile interpreta música mediterránea (no, no es argelina) y la coreografía resulta preciosa. Estoy con unos amigos, a los que no conocía cuando aún tenía trabajos eventuales fuera de Mérida. Termina el espectáculo, y todos nos ponemos en pie aplaudiendo. Entre los focos, las luces generales que se encienden al terminar la obra y entre el gentío me parece reconocer una cara conocida que me mira. Me acerco, aún sin estar seguro de qué me suena esa cara, haciendo como que busco a alguien.

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