jueves, 25 de mayo de 2017

Positivo


Recibió la llamada del doctor durante la última hora de clase que, por fortuna, correspondía con el grupo de alumnos de último curso y pudo, tras disculparse, salir al pasillo y atender al teléfono.

"De acuerdo doctor.... sí, entiendo... le agradezco su preocupación, me hago cargo... nos vemos en la consulta, un saludo.”

Continuó con la clase los escasos veinte minutos que restaban hasta el final de la jornada, tranquilo, siguiendo la explicación del desastre de Annual desde el mismo punto que la había dejado, llegando hasta la investigación y posterior no publicación del Informe Picasso y su relevancia de cara al próximo golpe de Primo, justo como había planificado.


Llegó a casa y encontró la mesa preparada y la comida lista para servirla, y tuvo el tiempo justo para dejar su maletín en el estudio para encontrarse con Ana saliendo de la cocina, llevando un par de cervezas a la mesa. Desde que el turno de Ana en el trabajo cambió, ella se encargaba siempre de preparar la comida y la mesa, así como de sacar a Yuki a pasear antes de que él llegara del instituto. Después, él se encargaría de recoger, poner el lavavajillas y la lavadora, recoger a Nico del colegio y dar un paseo con el niño y la perrita, así como de preparar la cena para los tres antes de que Ana volviera a casa sobre las nueve de la noche. En mitad de esa rutina, habían encontrado la forma de reservarse una hora escasa para ellos dos, justo después de comer, y respetaban ese tiempo de forma escrupulosa. 

Dejaban a la perrita en el patio, con su agua, su pienso, su manta y su pelota; dejaban también los platos sucios sobre la mesa, sin recoger nada, apenas apagando la televisión, para compartir una siesta juntos. Siempre igual, ella corría a bajar la persiana mientras él comenzaba a desvestirse y ponía el despertador del móvil, y en un instante se encontraban entre las sábanas en una relativa oscuridad. Algunos días simplemente se abrazaban unos instantes y al momento cada uno se giraba hacia su lado de la cama y dormían, otros pasaban los cuarenta y cinco minutos escasos charlando en voz baja, con calma sobre el día a día (hace falta llevar el coche a la revisión, el año que viene me toca la jefatura del departamento y no me apetece nada el papeleo, Nico ha traído un dibujo del cole precioso, él y Yuki corriendo por una montaña), otros se buscaban con menos pausa y más ganas para aprovechar el único tiempo disponible para disfrutar el uno del otro. 

Ultimamente, desde que Nico estaba con el tratamiento, pasaban más tiempo juntos, abrazados, apenas sin hablar, pero sin dormir, simplemente acompañándose. Hoy ella le buscó, jugando y alternando cosquillas con caricias, pero un gesto de cansancio y un giro hacia su lado de la cama puso fin al encuentro. Durante unos minutos simuló dormir, hasta que escuchó como la respiración de Ana se tranquilizó y adquirió ese ritmo tan particular, con un pequeño soplido que no se podría llegar a llamar ronquido, que indicaba sin lugar a dudas que se había dormido. Pasó el tiempo observándola, tumbada de medio lado, despeinada y con la boca medio abierta, y dando pequeñas patadas espasmódicas a cada rato.

Una vez Ana salió de casa, recogió la mesa y puso los platos y vasos en el lavavajillas, olvidó la lavadora, y se encontró con Yuki en la entrada del piso con la correa en la boca, mirándole y meneando el rabo. “Venga, hoy te va a tocar un paseíto largo”.





Móstoles es un ciudad sin personalidad, anodina, aburrida, intercambiable. El único atractivo que le había encontrado era la cercanía al nudo de la M-50 y la A-5, la estación de tren y el instituto donde trabajaba. El resto era sencillamente olvidable. Antes de comprar el piso, antes de que llegara Nico, intentó convencer a Ana para pedir traslado a alguna otra ciudad, alguna capital de provincia, algún sitio tranquilo como Cáceres, Ciudad Real, Jaén o Cádiz, algún sitio con personalidad, un casco histórico, pero con todos los servicios necesarios, y sobre todo, lejos del monstruo invivible de Madrid.

Pero ella no lo vio claro y al final compraron el piso, un buen precio, una buena zona, buena distribución, en un buen barrio. Pero anodino como todo el resto de la ciudad. Bajó el parque de los Rosales con Yuki tirando de la correa y recorriendo y olisqueando todos los rincones, arbustos, bancos y farolas. Orinó donde siempre lo hace, junto a la papelera, antes de llegar a la fuente que, si estaba encendida, le asustaba con el ruido del agua. Continuó por la avenida hasta llegar a la Universidad, para acercarse un barrio algo más viejo que el suyo. Paseó observando los edificios, auténticas colmenas, máquinas de vivir, almacenes de familias en seis alturas. Por esta zona, algún gerente de urbanismo había intentado alegrar la vía pública plantando rosales en una mediana que dejaba excesivamente estrechos los dos carriles de circulación, y salteando las aceras con árboles y jardineras. Pero la calle no había sido diseñada para ello, y el resultado era un espacio algo agobiante, abigarrado. Para más inri, a estas alturas de año las plantas y árboles ya se habían secado, y aún faltaban un par de meses para llegar al verano.


Llegó a la pequeña plaza junto al Centro Social del barrio, con unos bancos de hormigón completamente cubiertos de grafitis y con las papeleras medio destrozadas. Aquí el vecindario había cambiado, los edificios eran más bajos, los espacios más pequeños, se veían las ropas y sábanas colgadas en las ventanas y las fachadas eran recorridas por manojos de cables que saltaban de edificio a edificio. También los habitantes habían cambiado respecto a su barrio, grupos de chavales con ropas holgadas, con capuchas o gorras, fumando y compartiendo bebidas mientras varias músicas excesivamente repetitivas se entremezclan al salir de los móviles; los tonos de piel se van mezclando, y los atuendos incluyen telas con colores llamativos y algún que otro velo; de una ventana brota una bachata inidentificable.


Yuki le mordió los bajos del pantalón y esto sirvió para darse cuenta de que la pobre estaba cansada, no reconocía la zona y quería irse a casa. Miró el reloj y se asustó al darse cuenta de que apenas le restaban quince minutos para recoger a Nico del colegio (comedor, clases de yoga y de inglés) y llegar a casa. “¡Vamos, que llegamos tarde!” dijo en voz alta al pobre animal, que ladró, pareciendo entender.

Ana llegó sobre las ocho y media y se encontró con una sorpresa, “¡hoy cenamos pizza, mamá!” le dijo Nico nada más verla, mientras le abrazaba. En el cruce de miradas, ella intercambió una interrogación con la disculpa que él le ofreció (cejas y hombros elevados, media sonrisa). A las diez, Nico ya estaba en la cama, Ana preparaba la comida del niño para el día siguiente, mientras él salía de la ducha ya con el pijama. “¿Qué peli ponen hoy? ¿te apetece ver algo?”, “Ana, ven aquí, un momento”, respondió él. “¿Qué pasa?” dijo ella mientras se acercaba. Él la abrazó, primero con suavidad, pero fue aferrándola cada vez más fuerte, mientras le respondía “ha llamado el doctor, ya están los análisis de Nico”, apretó el abrazo un poco más mientras comenzó a notar los temblores que recorrían todo el cuerpo de su mujer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario