miércoles, 30 de mayo de 2012

Burbujas




I

Cualquier talento, cualquier don, cualquier especialidad, cuando se desarrolla más allá de su funcionalidad, cuando se lleva un punto más allá del nivel que se considera óptimo, cuando trasciende su propia naturaleza y su propia finalidad, adquiere el derecho a ser categorizado como arte. Así, cuando el lenguaje trasciende la capacidad informativa, de registro, de memoria, se convierte en literatura; cuando la suma de ladrillos, hormigón, estructuras y cristales consigue hacernos olvidar que lo que vemos (o que lo que nos acoge) es una casa, se convierte en arquitectura; igual ocurre con la alta costura, con la fotografía más allá de los reportajes de boda o de guerra. Y como consecuencia, los artífices, los poseedores de dichos dones, los que han conseguido cultivar sus talentos de esta forma y con estos resultados, adquieren, pues, el rango de artistas.

Y él era uno de estos artistas. Su don partía de unas premisas que lo diferenciaban de los ejemplos anteriores, pues carecía de una función práctica a la que trascender, pero en el fondo, esto no es de ninguna forma un obstáculo para que su labor consiguiese la consideración de arte. Él hacía burbujas. Llevaba mucho tiempo haciéndolas, y las hacía de muchos tipos y formas. Comenzó como una forma de llenar el tiempo libre, como un impulso natural, no pensado, espontáneo, como el que golpea la mesa con las llaves que tiene en la mano mientras piensa en las facturas a pagar o en la comida para la semana que viene. Poco a poco, se dio cuenta de que le gustaba pasar su tiempo con estas burbujas, y continuó haciéndolas, pequeñas e inútiles, siempre en privado, que es cuando tenemos tiempo para perderlo con pequeñas aficiones que no llevan a ningún lado. Adquirió pues una cierta naturaleza esta afición, y como el que se aficiona a la fotografía, y tras fotografiar a la gente que pasea desde su ventana durante unas semanas, pasa a fotografiar a sus amigos y familiares, pronto se vio construyendo estas burbujas junto a sus amigos y a su gente cercana. Éstos, al principio, ni llegaron a percibirlo; después fue pasando a formar parte de esas cosas que nos acompañan y nos identifican, pese a ser irrelevantes (“A” cruza las piernas de forma peculiar cuando se sienta, “B” castañetea los dientes cuando está pensando en su trabajo, “X” hace burbujas cuando está entretenido…).

Pero alguien se fijó en las burbujas, y reparó en la curiosa perfección que él les daba, y un día lo comentó en voz alta, y resultó que en su círculo todos lo habían pensado, pero nadie había caído en la cuenta de comentarlo. En breve le animaron a que se centrase en las burbujas, que investigara un poco, siempre y cuando le fuese interesante y entretenido, sobre este arte y sus técnicas y secretos. Él empezó un poco a regañadientes, pero pronto descubrió que no solo le producía un placer inmediato e irreflexivo el hecho de hacer burbujas, sino que el interés se convertía en una curiosidad intelectual sobre las burbujas. Leyó, investigó, comparó métodos y teorías, experimentó en privado, y expuso sus resultados en público, primero a su círculo de mayor confianza, y poco a poco, fue mostrando su talento en ámbitos más extensos.

Conseguía en sus burbujas no solo unas cualidades visuales y sensitivas que captaban, o mejor capturaban, la atención del público, sino que también empezó a ser reconocido en ámbitos más iniciados por la perfección técnica y estructural de sus obras. Se fijaron en el medios de comunicación, al principio de manera superficial, como un entretenimiento más, pero cuando su nombre empezó a sonar en el extranjero (como siempre, las burbujas tienen una gran tradición en otros países más allá de nuestras fronteras, y son consideradas como un noble arte), se le reclamó como un nuevo personaje del que sentirse orgulloso (como un escritor que recibe fama internacional, o un actor que trabaja en otras industrias y vuelve a casa con prestigiosos premios en su haber), como un nuevo icono. Nunca nadie pensó que las burbujas podían llegar a eso, y menos él, que poco tiempo atrás, ni siquiera era consciente de la sutil complejidad de las mismas, complejidad que él mismo se encargaba de agudizar, habitualmente con éxito.



II

Y se lanzó primero a una gira nacional, realizando burbujas por encargo de los ayuntamientos y los gobiernos regionales, por las corporaciones y empresas, ávidas de patrocinar la nueva sensación. Pronto estas giras se tornaron internacionales, y su éxito se consolidó en todo el mundo. No quiero decir que fuese considerado el mejor del mundo en su especialidad, pero esto nunca ha sido necesario para poder ser considerado un artista.

Con esta fama, y los evidentes beneficios económicos que le reportaba, pudo comprar una bonita casa cerca de la costa, en una zona que si bien disfrutaba de un clima amable todo el año, y de unas calas pequeñas y recortadas, con un mar turquesa apacible, aún no había sido invadida por la especulación inmobiliaria ni por las masas de viajeros que, gracias a la reciente democratización del turismo, podían atestar cualquier lugar digno de ser visitado. Allí, se concentró primero en adecuar el ático de la casa, abierto en una amplia terraza hacía una de estas calas, terraza que permitía recibir la luz matizada de los preciosos y tranquilos atardeceres que se dibujaban sobre el mar, como un taller espacioso donde tener siempre a mano todas las herramientas y materiales necesarios para trabajar en sus nuevas creaciones. Y una vez el taller se encontraba a pleno rendimiento, convirtió media planta baja en biblioteca y museo dedicado a las burbujas, recopilando todo tipo de materiales, libros y fotografías referidos al tema, aunque las referencias fueran tangenciales (esto le llevó varios años, no muchos, pues la producción sobre el tema no era demasiado extensa). Durante este tiempo, realizaba en público ciertos trabajos, de tarde en tarde, que le permitían mantener una holgada situación económica y proseguir con sus investigaciones y experimentos, siendo estos trabajos creaciones habitualmente pequeñas, de menor importancia que las realizadas antes, caprichosas y no especialmente llamativas. Su fama le permitía presentarse con estas obras y obtener las acostumbradas críticas elogiosas, y trabajos no le faltaban, dado que sus burbujas que habían convertido en un elemento de prestigio, y ningún evento de cierto nivel podía evitar contar con ellas.

Estabilizada esta situación, y dado que estas obras pequeñas no le consumían ni tiempo ni atención, comenzó a preparar obras de mayor tamaño, obras muy estudiadas, habitualmente recreadas sobre papel, con miles de croquis y estudios compositivos previos, con experimentaciones en tamaño reducido dentro de su estudio. Una vez que le parecía que el trabajo había adquirido una entidad suficiente y parecía cerrado, se volvía a encerrar durante semanas buscando una nueva complicación, ya sea estructural o estética, compositiva o conceptual, o tal vez meramente sensitiva, con el compromiso de no cejar en el empeño hasta haber creado una obra completa, total, grande, coherente, trascendente... Acumuló una gran cantidad de material gráfico, que le llevó su tiempo ordenar, clasificar y archivar, para, al fin, seleccionar algunos de estos proyectos y comenzar la última fase, la puesta en práctica.

Cuando las llevó a cabo, en una última gira internacional en la que recorrió los lugares concretos que más le habían llegado al alma (bien por el oído, en acantilados donde el continuo embiste de las olas creaba tremendas sinfonías, bien por los ojos, como en aquellas praderas extensas de colores cambiantes según la vegetación, bien por el olfato o incluso por el tacto, como aquel valle en el que el viento siempre te acaricia la piel y te remueve el pelo), en aquellos donde la tradición de la burbuja se remontaba siglos y siglos en el pasado, o en aquellos donde la acogida había sido más afable y cariñosa; decía, cuando las llevó a cabo, el mundo entero comprendió que se encontraba ante las obras magnas de un gran artista, y le aplaudieron como tal. También se rumoreó que era esta gira una especie de despedida del mundo activo, que dejaría de producir, de crear, y que el retiro sería definitivo. Ante este rumor, él decidió salir ante los medios para anunciar que no, que no se retiraba, que si bien comprendía que sería difícil igualar la magnitud de estas obras, él siempre seguiría activo, pese a que anunciaba posibles rachas de inactividad o de retiro, siempre seguiría creando, y recordaba como empezó, de una manera inconsciente, irracional y espontánea, y ¿quién ha sido capaz de poner fin a un “tic” que surge así, irracional y espontáneamente? Para reafirmar esto, anunció en breve una última burbuja, en una fecha adicional para dentro de esta gira. Y fue en esta última fecha de la gira donde consiguió una obra que sería difícil de olvidar, una burbuja que quedó en las retinas de aquellos que tuvieron la suerte y el privilegio de verla, pues en esta última burbuja consiguió envolver una playa, una marisma que se extendía en la desembocadura arenosa de una ria, con sus mareas, sus dunas, sus pequeñas olas, sus embarcaderos para pequeñas barcas de recreo, sus miradores y sus paseos marítimos de la orilla derecha, donde se encontraban pequeños restaurantes regidos por pescadores de antigua usanza, que cocinaban y preparaban los pescados capturados en la noche anterior y siempre obsequiaban con unas nécoras a los amigos que venía a visitarlos desde lejos; también consiguió incluir en la burbuja toda una zona de rocas y acantilados donde las olas se batían continuamente en un combate en el que los dos contrincantes saben que no habrá asalto final ni ganador, así como la verde vegetación que se desarrollaba por encima de estas rocas, creciendo y trepando por una pendiente escarpada hasta llegar a lo alto de una pequeña colina donde solo crecía una verde alfombra de hierbas que no mantenían la verticalidad por la continua brisa; en la otra orilla, otro embarcadero, que se acompañaba de una iglesia de piedra, con sus imágenes de motivos marinos y pescadores, y algunas pequeñas casas blancas con zócalos de colores. Todo ello quedaba enmarcado dentro de esta burbuja, pero no solo esto, tras años de estudio e investigación, había conseguido crear artificios que parecían ir más allá de las reglas naturales que ordenan los elementos, y así, nadie alcanzaba a comprender como dentro de la burbuja, la brisa que venía del mar continuaba siempre soplando, con variaciones, pero siempre suave; tampoco se alcanzaba a descubrir la manera en la que los rayos de sol, ligeramente inclinados, reverberaban sobre las puntas de las olas creando reflejos de color verdoso, mientras que al tocar la arena de la playa, ésta adquiría un cierto todo dorado, y se creaba un juego de perspectivas entre estas zonas donde el sol golpeaba directo, y las zonas donde se generaba una pequeña sombra. Dentro de la burbuja se encontraban también algunos veraneantes tardíos (era septiembre) que paseaban bordeando las formas ligeramente curvas de las dunas de los arenales, algunos de ellos con sus perros que entraban y salían del agua en busca de palos y pelotas, y otros que terminaban entrando en el agua, corriendo por las zonas de poca profundidad que la marea creaba, y nadando cada vez que llegaban cerca de la corriente principal de la ria, y luchando contras las olas cuando ésta les llevaba hacia la zona de contacto con el mar. Incluso quedó dentro de la burbuja (sin saberlo hasta más tarde) una pareja que se buscaba con inciertos abrazos y juegos dentro del agua, que buscaban con pequeñas ahogadillas y peleas, esos momentos donde la broma se detiene ligeramente y cada uno disfruta del contacto de sus cuerpos, de esos pequeños abrazos.

Para cuando la burbuja se terminó de confeccionar, todo según lo que él llevaba dispuesto en un importante archivo de planos y croquis descriptivos, los observadores quedaron absortos, y durante cierto tiempo incapaces de atender a nada más; así, no fueron capaces de apreciar el momento en el que él abandonó el lugar y se fue, sin necesidad de ver el resultado, pues todo estaba previsto y todo había ocurrido ya antes en su cabeza.


III

Este fue el fin de la gira, y todo el mundo entendió y comprendió que después de esta compleja obra, se retirase de la actividad durante un largo periodo de tiempo. “Necesitará descansar” decían algunos, “¿no estará preparando nuevas grandes obras?” preguntaban otros, “ya le debemos tanto, no podemos cuestionar ni por asomo este retiro” acordaban sin discusión.

Y en parte era cierto, pues necesitaba descansar en su casa colgada sobre la cala que le proporciona vistas sobre un mar turquesa y desde la cual observar atardeceres. Pero no preparaba nuevas obras, puesto que, y esto nadie lo imaginó, él mismo había quedado prendado dentro de esta última burbuja y no era capaz de pensar en como crear ninguna nueva burbuja. No solo por el cansancio, por los meses de estudio e investigación, por lo difícil de coordinar la creación de esta obra, ni por el cansancio físico derivado de la construcción siempre manual y artesanal de la misma burbuja. Si esta burbuja había sido posible, si había sido capaz de construirla, de pensarla, de llevarla a cabo, es por que había dejado el corazón en ella, y ella, la burbuja, había tomado, había conquistado parte de su corazón, como lo había hecho también con su cuerpo y su mente. Pero el cuerpo y la mente se pueden recuperar, descansando, pero el corazón nunca se sabe si será posible recuperarlo. Pensó que el tiempo era la única arma para recuperarlo (o incluso para terminar de perderlo, que siempre es otra opción) y por ello se retiró a su casa en la costa, sin subir al estudio, sin entrar en la biblioteca, tan solo viviendo para esos atardeceres sobre el mar turquesa, que si bien no era el mismo mar, siempre le ponía en contacto con aquel otro mar y aquella ria y su desembocadura que aún se mantenían dentro de su burbuja. Por que una cosa que no se ha mencionado, y que constituye uno de los logros por los que era más admirado, era la capacidad de otorgar a sus burbujas una permanencia en el tiempo; al principio consiguió que se mantuvieran minutos, horas… y fue aclamado cuando una pequeña burbuja suya permaneció durante días, el record de la semana le costó bastante tiempo de trabajo y experimentación. Pero nadie había ni siquiera reflexionado sobre los logros en este campo de la durabilidad que pudiera haber alcanzado en las burbujas realizadas en esta última gira, y tampoco en esta última burbuja. Y de hecho, la burbuja continuaba allí, y él continuaba mirando el mar en su retiro todas las tardes, y la gente se acostumbró a las burbujas como se acostumbran a los puentes y edificios que se van añadiendo a las ciudades, como los viaductos de las autovías que se añaden a los paisajes, como las nuevas caras que llegan a nuestras vidas (nuevos clientes en los bares, nuevas caras en las cenas de navidad, nuevos compañeros de trabajo) y pronto dejaron de preocuparse por eso.

El retiro se alargó, y nadie se lo cuestionó, se había retirado, pero todos concluían de acuerdo en que el retiró se produjo en el mejor momento, en lo más alto de su carrera, y si bien siempre añoraban las burbujas que podrían haber disfrutado este tiempo, y aunque nadie perdió la ilusión por una nueva burbuja en un hipotético futuro; nadie le reprochaba en absoluto el retiro, y todos le guardaban un cierto y sincero afecto en su recuerdo.

IV

Fue así que cuando el retiro terminó, mayor fue la sorpresa y la incomprensión que recibió, pues nadie en absoluto esperaba que la naturaleza de la última aparición en público del artista de las burbujas se desarrollase de la manera en que lo hizo, ni los más avezados expertos en su vida y obra, expertos no ya en burbujas, sino en “sus” burbujas, pudieron jamás esperar las acciones que realizó en cuanto salió de su retiro.

Salió una mañana de la casa, con una pequeña bolsa de mano, y se montó en el coche. La noticia pronto corrió de boca en boca primero en el pueblo vecino a la cala de color turquesa, y pronto trascendió a mayores ámbitos. El retiro se había terminado, todo el mundo esperaba algo. El coche le fue llevando por pequeñas carreteras de monte hacia lugares donde había elegido situar algunas de las burbujas de la última gira, y al llegar, siempre paraba el coche en alguna curva, aún en el monte, de forma que siempre tenía una vista desde lo alto del paisaje. Allí se paraba a observar, fumaba un cigarro, y tras una pequeña pausa, volvía a circular por las carreteras. Hay que decir que de estas burbujas ya solo quedaba el recuerdo, pues pese a los grandes avances en la durabilidad de las mismas, hacia ya tiempo que tan solo permanecía una burbuja, la última, la burbuja de la ria y el mar. Recorrió los valles, algunos acantilados desde lo alto, las llanuras, y siempre igual, paraba, observaba, fumaba, y seguía. Pronto le seguían algunos coches de periodistas y curiosos, siempre a una prudente distancia, y siempre permanecían en silencio; él no les dirigió ni una mirada ni una palabra.

Tras un largo recorrido, con múltiples paradas, por fin llegó a las inmediaciones de la última burbuja. Desde lo alto de un pequeño cerro, desde donde se dominaba todo el valle, la ria, la playa, los embarcaderos, restaurantes, iglesia y casas, parecía observar la burbuja y la monumentalidad de su contenido. En realidad más que observar recordaba.
Allí la expectación era mayor, pero nadie se atrevía a hablar. De pronto, vieron como abría el pequeño bolso de mano que le acompañaba desde la casa en la costa, y vieron como de él sacaba un pequeño objeto metálico, de forma alargada, se podía decir que era una aguja, pero de unos veinticinco centímetros de longitud, y parecía vieja, ligeramente oxidada en su cuerpo, mientras que la punta en cambio brillaba como lo hacían aún las crestas de las pequeñas olas que morían en los arenales de la desembocadura de la ría. Vieron como acariciaba el objeto, como volvía a levantar la vista hacia la playa, como, protegiéndose del sol con la mano, parecía buscar algo en la zona donde la corriente de la ría confluía con las olas del mar. “Allí es donde se bañaba aquella pareja, el día de la inauguración de la burbuja” apuntaría más tarde uno de los estudiosos allí presentes. Y estaba en lo cierto. Pero allí ya no había nadie. Retiró la mano, dio la última calada al cigarro, y con gesto desanimado, alargó el brazo derecho con la aguja hacía delante.

Y algo pasó en ese momento, y todo el mundo fue consciente, todo el mundo lo percibió, pero nadie fue capaz de explicar exactamente en que consistía ese algo que acababa de pasar. Pero lo que estaba claro es que la burbuja ya no estaba allí. Un tiempo duró primero la perplejidad, luego un cierto tiempo de desconcierto, y poco después un ligero desánimo y vacío. Todos le miraron, y él seguía en el mismo sitio, mirando hacia el valle. Y todos volvieron de nuevo la vista hacia el valle. Todo parecía seguir igual, todo estaba en el mismo sitio, las olas mantenían su misma cadencia, el viento ni aminoró ni aceleró, las gaviotas seguían volando. Las olas seguían chispeando con reflejos verdes, y la arena seguía teniendo un tono dorado. Pero faltaba algo, eso estaba claro. Algunos definieron la situación como si una veladura hubiese sido retirada, quitando cierta viveza al reflejo de las olas, o al rugido de las olas al romper sobre las piedras de la orilla; pero eran más bien metáforas literarias, por que nadie supo explicar nunca que es lo que faltaba, donde radicaba el cambio.

Entonces el giro sobre sus talones y se dirigió hacia la comitiva que le acompañaba, y antes de que nadie le preguntase, dijo:

-He malgastado toda mi vida, todo el tiempo y los talentos que se me han dado, todo el esfuerzo que he sido capaz de realizar, ha sido en vano. Y vosotros me habéis aceptado, me habéis aplaudido, me habéis seguido en base una premisa nula. Pensabais que mi talento había llegado a convertirse en arte, y yo en artista, y como tal me habéis permitido llevar una vida de trabajo, y de esfuerzo, pero una vida cómoda al fin y al cabo. ¿Quién no querría dedicarse por completo a aquello que más le gusta? Pero es todo falso y nulo. Admirabais, admirábamos las burbujas como algo bello, pero en el fondo, no son más que pequeñas cosas que si sirven para algo, es para algo malo. Las burbujas que he construido solo sirven para una cosa, para retener dentro tiempos y cosas que hemos apreciado en momentos concretos, para retener esas sensaciones. Y esto no vale de nada. El único esfuerzo que realmente merece ser realizado es el contrario. Conseguir crear las circunstancias que nos permitan que la sensación de placer que hemos recibido en ese momento y en ese lugar concreto se contagie y se extienda a todos los demás momentos y lugares. Recortamos, seleccionamos y guardamos, cuando lo que tenemos que hacer es extender, manchar y contagiar.

Dicho esto, se subió de nuevo en el coche, arrancó y condujo de nuevo buscando todos aquellos lugares donde una vez alguna de sus burbujas tuvo lugar, mirando, recordando, y volviendo a viajar.

Los demás recapacitaron en silencio sobre sus palabras, pero estas no quedaron registradas, y fueron olvidadas pronto. Quedó su obra, quedo su recuerdo, pero algo de ese afecto que le guardaban se había perdido.

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