lunes, 7 de mayo de 2012

"Están entre nosotros"

( publicado originalmente en Call me Enric el día 19 de Octubre de 2010, en un artículo en colaboración con el blog El Cuaderno Líquido )




       Hace tiempo que me ronda por la cabeza una idea, en realidad una sospecha. No estoy solo. Nada de lo que me ocurre es casual. Alguien vela por mí, a cada paso, en cada decisión, casi en cada momento de mi día a día, a lo largo de mi vida, alguien o algo ha estado ahí, observando, vigilando. ¿Y cómo he llegado a esta conclusión? es fácil, la realidad, o la realidad tal y como nos la cuentan, tiene errores, tiene fisuras. Los famosos dejà vú, las caras que reconoces en ciudad en las que nunca habías estado, esos olores que no conocías pero que activan inmediatamente zonas oscuras de nuestra memoria. Nada de eso es azar, estoy convencido. 

   Y las manchas que se mueven en nuestra vista, las miodesopsias, las justifican como opacidades del humor vítreo, causadas por la vejez y la miopía; como siempre, inventan ese lenguaje complejo para esconder y disimular sus mentiras. Son como esas cosas oscuras que se mueven tan rápido siempre en el límite de nuestro rango visual. Esos pequeños cuerpos que se escapan a rincones oscuros, en el límite de nuestra visión, en el límite de nuestra conciencia. Dicen que son reflejos de luz, que jugando con nuestra falta de atención, nos parece que se convierten en cuerpos sólidos, pero que en realidad están en nuestro ojo. 

   Mentira. Yo lo sé. Son reales. 

   Están ahí y se mueven, y conviven con nosotros en los rincones de nuestras casas. Aún no se quienes son, ni que se proponen, pero sé que están ahí. Los veo a cada paso que doy, del sofá a la cocina, al baño, los oigo mientras me ducho, al otro lado de la cortina. Los veo moverse cada noche cuando apago la luz, entre las pequeñas tinieblas que se forman en la habitación. Y cuando salgo a la calle, sé que están ahí, en otros cuerpos, de otra forma, pero siempre están ahí. Se reflejan en los espejos retrovisores, como destellos de luz que pasan rápidos. Se esconden en los ángulos ciegos. En las caras de esas personas que se te quedan mirando, esperando al semáforo verde, desde la acera de enfrente. La cajera del mercadona que no saluda, que se mueve mecánicamente, que no te cuenta que las manzanas están hoy muy frescas y baratas, que no te canta el importe de la cuenta, que no te mira a la cara cuando acompañas la tarjeta de crédito con el carné.

   Están ahí, siempre ahí. Brett Easton Ellis lo sabía, pero debía saber algo turbio sobre ellos cuando escribió Glamourama, allí eran esas pequeñas bolitas de corcho blanco, que aparecían por todas partes, y que terminan siendo premonitorias de las catástrofes. Y en Lunar Park cobraron vida en el cuerpo de ese pequeño juguete de peluche de la niña, el que terminó devorando al perro.



   No creo que sean malévolos. Llevo conviviendo con ellos 33 años, no me han hecho daño. Ya estaban allí cuando por las noches llamaba asustado a mi madre y le obligaba a abrir los armarios, para que mirase qué había ahí dentro. Pero ellos no se dejaban ver, y siempre volvían en cuanto mi madre se alejaba, apagando la luz. Ella creía que me tranquilizaba, pero en realidad, lo que ocurrió es que con el tiempo me fui acostumbrando a su presencia. Y de un tiempo a esta parte, me dedico a buscarlos. Sé que se mueven mejor en la penumbra, así que apenas enciendo las luces, siempre cierro las ventanas y las persianas. Llevo unos años mudándome a pisos pequeños, que apenas tengan espacios separados, para poder observar de un vistazo todo lo que ocurre en el piso.  Cierro siempre las puertas, la de la calle con llave y seguro. Enciendo la televisión, apago el sonido, y pongo siempre algún disco de Coltrane, sin letras que me distraigan, y me dedico a observarlos. Pero ellos siempre son más listos que yo. Aparecen únicamente cuando me levanto para preparar la comida, para ir al baño. Apenas salgo de casa, y cuando lo hago, los busco también en las expresiones de esa gente, eso que se te quedan mirando, los que te golpean en el codo al cruzarse y no te piden perdón, en los que se quedan mirando los escaparates, disimulando, pero que realmente te observan a través del reflejo de las cristaleras. 

   En el trabajo me toman por loco, pero es otra parte de la trama. Ya no me dejan entrar en las clases con alumnos, me han dicho que seré coordinador de material, para tenerme encerrado registrando albaranes y comprobando cajas de bolígrafos y folios. Quieren apartarme. Ellos también están allí, en los almacenes del instituto, entre las cajas, en los rincones, siempre en la penumbra.

Ya os lo dije, no estamos solos, nunca hemos estado solos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario