martes, 1 de mayo de 2012

"Tendría que construir un gesto básico de reflexión (II)"

(publicado originalmente en Call me Enric el día 22 de Marzo de 2011)


"...y me dí cuenta casi al momento, en cuanto tu te fuiste. No, tal vez un poco antes, cuando ví tu cara al salir del servicio, ya vestida y peinada, que no dejaba lugar a ninguna broma. Yo, en cambio, seguía tumbado en la cama, desnudo, medio tapado por el edredón. Fuera acababa de anochecer, habíamos pasado media tarde juntos, un par de horas desde que llegaste, en la cama. Cuando terminamos, yo me encontraba en ese estado tan masculino y tan infantil de alegría idiota que se nos queda cuando hemos dejado todas las fuerzas en el sexo, cuando parece que aún no nos ha vuelto la sangre a la cabeza, y nos dedicamos a todas esas bromas bobaliconas de cosquillas, mordiscos y pellizcos mezclados con diminutivos que en cualquier otro momento nos resultarían extremadamente ridículos. Habitualmente tu respondías a esas bromas con otras, a esos mordiscos con otros, y los pellizcos que me devolvían nos conducían inevitablemente a otro combate entre las sábanas. Luego me besabas, fumabas un cigarro escuchando el último tema del CD que dejabamos puesto de fondo, repitiédose una y otra vez, te vestías te ibas a casa.


Pero esta vez no fue así. No contestabas a mis bromas, y yo debería haberme dado cuenta. Ni un sólo mordisco fue devuelto. Y yo no me dí cuenta. Tampoco me dí cuenta de la desgana con la que le diste al "play" del equipo de música, ni lo ciertamente distante que estuviste en la cama. También he de decir que otras veces habías llegado así al piso, y poco a poco, terminabas entrando en los juegos y tonterías que yo te planteaba. No me dí cuenta y me dediqué como nunca a mis tonterías de niño grande, mientras tu te levantabas y entrabas en el servicio casi sin dirigirme la palabra. Y cuando salías, no recuerdo que chorrada te dije.

Y tu cara no era una chorrada. Estabas seria. Blanca. Ahora en mi recuerdo, alterado por el tiempo que ha pasado, y por el estado en el que llevo este par de meses, te veo casi marmólea, escultórica, hasta me atrevería a decir, dórica."

"Ya está bien, ¿no?
Ya está bien de chorradas, ¿que no te das cuenta que no estoy para estas tonterías?"


"Me quedé quieto, con la boca abierta y caída en mitad de un <churri o un <ñiña> o un <cari o vete tu a saber qué tontería. Mientras me mirabas, me pareció verme desde fuera, y me veía ridículo, desnudo, medio retozando en la cama deshecha, con los genitales blandos y pequeños al aire, recolgando de cualquier forma, para nada honrosa. Y me dió vergüenza ver que me veías así."



"Anda que te vieses desde aquí... Mira, que sepas que me voy, que ya estoy harta. Las tonterías te las guardas y se las sueltas a otra, que yo ya no te aguanto más. Y cuando te dé por madurar, a mi no me vengas a buscar, que ya he tenido bastante"

"y yo no supe construir ni un gesto básico de reflexión, ni una réplica que me devolviese algo de dignidad, ni nada parecido. Me quedé congelado, y no volví a la vida hasta que oí tus zapatos acercándose a la puerta."

"Pe-pe-pero...churri.. niña.. ¡niiiñaaaa!"

"Y esa fueron mis grandes últimas palabras ante el portazo que selló, para siempre jamás, la mejor, más intensa, más cómoda y agradable relación que había tenido en mi vida. Tres años, tres años casi y medio. Desde que nos conocimos, tomando unas copas con los compañeros de mi nuevo instituto en Córdoba, antiguos compañeros tuyos hasta ese mismo septiembre. <Mira lo que nos han mandado para ocupar tu plaza. Anda que no hemos perdido con el cambio dijo Manoli, la de compensatoria de lengua. <Bueno, dale tiempo, seguro que no es tan malocontestaste tu. Y yo mientras solo era capaz de sonreír, meneando la cabeza y la cerveza que tenía en la mano al unísono. Y resultó que mi piso estaba cerca de tu casa. Y que te agregué al facebook. Y que te mande unos cuantos sms. Y que al final te convencí para ir a aquel concierto de nosequé grupo modernillo, que yo realmente ni conocía, y que resultó ser malo con avaricia. Y te sentó mal la cena. Y te llevé a tu casa, y te ayudé a vomitar, te preparé una manzanilla (y sí, fui yo el que te rompió la jarra recuerdo de Alemania que tenías en la encimera, y si, escondí los trocitos, y giré la jarra para que no se viera el desaguisado, por lo menos hasta que me fuera de allí). Y me quedé toda la noche, y llamé a tu nuevo instituto, y al mio, y dije que ambos estábamos con una gastroenteritis de caballo. Y no se como ni por qué, después de comer el arroz blanco insípido que supe hervir, mientras vimos aquella película adolescentes traumatizadas por el divorcio de sus padres en algún pueblo de Minesota, me abrazaste durante dos horas, casi sin mirarme, y luego me besaste, y luego hicimos el amor (o al menos lo intentamos). Y dos meses después ya conocía a tus amigas, y otros dos meses después viniste a mi casa, conociste a mi familia y te enseñe mi casa del pueblo. Y así, sin mayores problemas, tres años y casi medio.



Y en aquel momento, en el momento más importante de esos tres años y medio, no te defraudé, y dije las palabras que seguramente esperabas de mi:

"Pe-pe-pero...churri.. niña.. ¡niiiñaaaa!"

Y, de la misma forma que no había sido capaz de componer ni una respuesta ni un gesto mínimamente profundo, argumentado, reflexivo, en tres años y casi medio, no supe hacerlo en ese momento.

Y en ese momento, en el del portazo que selló lo nuestro (no, un poquito antes, mientras me mirabas desde la puerta del cuarto de baño) me sentí el ser más ridículo del mundo.

Treinta y siete años. Licenciado en Historia y con segunda especialidad en Geografía y Urbanismo, trabajos en varios Ayuntamientos, colaborando con los Planes Generales de Ordenación Urbanos. Tres años y medio como profesor interino en una comunidad autónoma ajena. Oposiciones ganadas a la cuarta convocatoria, que resultó ser una convocatoria escoba para interinos, claro, y plaza definitiva en Córdoba, (la misma que tu dejaste). Una ristra de frustraciones acumuladas en forma de relaciones, siempre fluctuando entre lo informal y un seudocompromiso obligado, que nunca superaron el año de duración; eso sí, unas cuantas ex que cuando te reencontraban componían una mueca de cariño (siempre y cuando hubiese pasado un cierto tiempo prudencial), la misma que se dedica a un cachorrillo feo. Amigos repartidos y mal antendidos en cuatro provincias, ni lo demasiado lejos como para perderlos, ni lo demasiado cerca como para mantener una verdadera camaradería.

Y, ni en el momento más importante, nunca fuí capaz de componer, a tiempo, ese gesto de reflexión básico que me otorgase una mínima credibilidad, un rastro de trasfondo, de profundidad."

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